Hay una pregunta que me hacen en consulta muchas personas que ya han cumplido con las expectativas sociales, profesionales o familiares: ¿Esto es todo?
La sensación de haber cumplido los “deberes” pero seguir sintiendo un vacío no es casualidad. Es el alma tocando la puerta. Es tu propósito llamando. No desde el ruido, sino desde una voz serena y firme que dice: «¿Y ahora qué harás con lo que verdaderamente eres?»
Vivimos en una sociedad que nos enseñó a funcionar, no a sentir. Desde pequeños fuimos moldeados para ser “útiles”, no necesariamente plenos. Así que cuando aparece esa incomodidad —esa intuición de que estamos hechos para algo más— solemos responder con evasión o con racionalidad.
Pero el propósito no se resuelve en la mente. El propósito se reconoce en el cuerpo, en las señales del alma, en esa sensación de expansión o contracción que sentimos al tomar decisiones. Y muchas veces… lo postergamos.
Porque el propósito nos pide dejar de obedecer y empezar a elegir. Y elegir implica perder seguridades, revisar mandatos, incomodar sistemas. Implica renunciar a quien fuimos para dar paso a quien verdaderamente somos.
Algunas de las razones más frecuentes por las que postergamos nuestro propósito:
Porque confundimos comodidad con plenitud
Porque sentimos culpa si elegimos algo distinto a lo que otros esperan
Porque tememos fracasar en lo que sí amamos
Porque aún estamos sanando heridas que nublan nuestra claridad
Y, sin embargo, lo que dejamos para después… sigue esperando dentro.
Aunque lo ignores, aunque lo pospongas, aunque lo disfraces de excusas razonables… Tu alma sabe. Sabe que viniste con algo que solo tú puedes entregar. Sabe que tus dones no son casuales. Sabe que eso que haces con facilidad, pasión y presencia es mucho más que un hobby o una “sensibilidad”: es tu manera única de servir.
Y cuanto más te acercas a él, más vitalidad recuperas. Más congruencia sientes. Más en paz estás contigo.
No se trata de que dejes todo de inmediato, ni de que busques una respuesta mágica. Se trata de empezar a escucharte con honestidad. Preguntarte: ¿Qué parte de mí estoy ignorando para mantener la armonía externa? ¿Qué actividad me conecta con una versión más luminosa y auténtica de mí?
El propósito no siempre viene como un gran plan. A veces viene como una certeza suave, un “por aquí es”, un “esto me hace bien y tiene sentido”.
Y una vez que lo reconoces… empieza el viaje.
A veces solo necesitas una guía, o un mapa interior que te devuelva a ti.
Porque cuando te das permiso de escuchar lo que de verdad te mueve, el alma deja de hacer ruido y se calma.
Volver al origen… donde todo es posible