Seguramente lo has escuchado —o incluso lo has dicho tú mismo—: “Siempre me toca el jefe tóxico”, “Otra vez me encontré con un socio que me complica la vida”, “No importa dónde vaya, me toca lidiar con lo mismo”. Y aunque a primera vista parece una simple mala suerte, en realidad estas repeticiones suelen tener un origen mucho más profundo.
Así como en la vida personal atraemos ciertos tipos de parejas o amigos que nos reflejan nuestras heridas internas, en el ámbito profesional ocurre exactamente lo mismo. Jefes, socios, colegas o clientes pueden convertirse en espejos que muestran lo que aún no hemos resuelto dentro de nosotros.
En teoría, el trabajo es un espacio para crecer profesionalmente, generar ingresos y aportar valor. Pero en la práctica, el lugar laboral también es un escenario donde se activan nuestras dinámicas emocionales más profundas.
Lo interesante es que, mientras no tomamos conciencia de estas dinámicas, las repetimos una y otra vez. Cambias de trabajo, de ciudad, incluso de sector, y sin darte cuenta vuelves a encontrarte con el mismo perfil de personas.
Existen heridas emocionales profundas que, si no se atienden, se filtran en todas las áreas de la vida. Lisa Bourbeau habló de cinco heridas fundamentales: rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia. Cada una puede manifestarse de forma particular en el trabajo.
Herida de rechazo: puedes atraer jefes que minimizan tu aporte o te ignoran.
Herida de abandono: tiendes a socios que se ausentan, te dejan cargando con todo o no se comprometen.
Herida de humillación: aparecen figuras que te ridiculizan, descalifican o no respetan tus límites.
Herida de traición: trabajas con personas que incumplen acuerdos o generan desconfianza.
Herida de injusticia: te relacionas con líderes que favorecen a unos y castigan a otros sin razón.
Cada vínculo difícil es, en realidad, una oportunidad para mirar hacia adentro: ¿qué parte de ti necesita sanar, fortalecerse o ponerse en su lugar?
Lo que no sanamos, lo repetimos. Esa es la regla. Y lo repetimos no como castigo, sino como oportunidad de aprendizaje. El inconsciente busca recrear escenarios familiares para ver si esta vez podemos resolverlos de manera diferente.
Por eso, si siempre “te toca” un jefe tóxico o un socio complicado, es un reflejo de algo más profundo: una herida emocional no sanada, una lealtad familiar o un patrón que tu alma quiere trascender.
La pregunta clave es: ¿qué me viene a mostrar esta persona sobre mí?
Es fácil caer en la queja: “Es que siempre me pasa lo mismo”, “Es que todos los jefes son iguales”, “Es que el mundo laboral está lleno de gente tóxica”. Pero mientras te quedes en ese lugar, refuerzas el papel de víctima y perpetúas el ciclo.
El salto ocurre cuando decides mirar más allá: cuando usas cada vínculo difícil como espejo para crecer. Quizás el jefe tóxico te invita a poner límites que nunca aprendiste a poner. Quizás el socio difícil te muestra la necesidad de confiar en ti mismo antes que en los demás. Quizás ese compañero incómodo es la oportunidad de sanar una herida de infancia que aún sangra.
El trabajo no es solo un medio para ganar dinero. Es también un campo de entrenamiento del alma. Cada jefe tóxico y cada socio difícil es, en el fondo, un maestro incómodo que te ofrece la posibilidad de crecer, sanar y fortalecerte.
Así que la próxima vez que pienses: “¿Por qué siempre me pasa lo mismo?”, cambia la pregunta: “¿Qué es lo que aún necesito aprender de esto?”
Porque cuando sanas la herida, dejas de atraer el mismo patrón. Y en ese momento, tu vida laboral deja de ser un campo de batalla para convertirse en un espacio de realización y coherencia.
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